Una mañana muy fría, dos jinetes cabalgaban por un camino campestre. Uno de ellos, que era ciego, dejó caer su látigo. Se bajó del caballo y, arrodillado, palpó la tierra buscándolo. No lo pudo encontrar pero dio con otro que le pareció más elegante, más suave. Montó en su animal y continuó la cabalgata. El otro jinete que sí podía ver, le preguntó qué había buscado en el suelo. El ciego le respondió:-Perdí mi látigo y bajé a buscarlo, no lo logré pero encontré este otro que es más largo, suave y flexible que el primero.El hombre que podía ver le dijo: -¡Arrójalo!¡ Lo que tienes en la mano no es un látigo sino una serpiente adormecida por el frío!. El ciego rehusó tirarla, diciendo que el hombre que podía ver estaba envidioso de su nueva fusta...Un rato más tarde, el calor del día despertó a la serpiente, la cual mordió al ciego, envenándolo.
Este cuento sufí, lo he hallado en el libro de Alejandro Jodorowski "La sabiduría de los cuentos" y el mismo autor nos trae una reflexión muy interesante. El jinete ciego busca un concepto fijo, busca una verdad que es sólo "la suya". En cambio el jinete que ve, simboliza la aceptación de las cosas tal como son, no busca "su verdad" sino la autenticidad.
Cuántos humanos vamos por el mundo convencidos de nuestra verdad, inflexibles, desconfiados del resto, eligiendo pensar que los demás nos envidian, tan ciegos como el jinete del cuento, defendiendo nuestra creencia de manera absoluta.
Aprender a través de la apertura y la flexibilidad, olvidar lo que sabemos para volver a instruirse, es hoy una forma de la sabiduría.